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La ineludible magia de Camboya

Hace unos meses mientras estábamos en Australia planeando nuestro próximo viaje le dije a Joe: "Me doy cuenta cuando realmente me conecto con un lugar cuando tiempo después no lo recuerdo por lo que vi sino por lo que sentí". Había llegado a esa conclusión cuando recordaba nuestra última semana en Lembongan, una isla frente a Bali. Podía sentir de nuevo el viento mientras recorríamos en moto la isla y esa felicidad que se siente sólo cuando se es consciente del aquí y el ahora, del estar viviendo la vida al máximo.


No suelo reservar tal mérito para todos los destinos que visito, pero sin dudas Camboya se llevó el primer puesto. Y lo compruebo cuando al intentar poner en palabras lo que viví no sé por dónde empezar.


Admito que tenía muchas ganas de conocerla. Había leído y escuchado mucho sobre ella y no veía la hora de verla por sí misma y, sobre todo, mimarla. Había leído sobre su trágico y sufrido pasado pero nada sobre el hoy incierto. Por eso sentía ansiedad y curiosidad por escuchar la palabra de aquel que puede llamar a Camboya su hogar.

Retratos de Camboya

Si hay algo que sí o sí quería hacer durante este viaje era visitar el War Museum en Camboya. Llegamos en Tuk Tuk y en la entrada del museo nos recibió Sinarth, guía del museo y veterano de la guerra, cuya apasionante historia fue publicada en un libro llamado con su nombre. Llovía mucho y por suerte habíamos llevado paraguas porque este museo era diferente: al aire libre, en un campo desfilaban filas de tanques de guerra que se borraban de mi vista con la caída de la lluvia. Cada tanto, pequeños paraderos con techo de paja exhibían armas, bombas e imágenes de la crueldad humana más grande de la historia.


El genocidio camboyano es raramente tema de conversación. Había visto documentales y películas pero necesitaba escuchar la voz de aquel que lo vivió. Nuestro guía no fue Sidarth, sino Meng Ratha. Cuando nos sumamos a su grupo, él hablaba con 3 turistas de la India.


Meng no llegaba a los 30 años y su inteligencia y conocimiento sobre la guerra, a pesar de no haberla vivido, me sorprendió. Con ironía y pensamiento crítico hizo un repaso del impacto de la guerra de Vietnam y el cobarde bombardeo de Estados Unidos, la llegada de los Khmer Rouge y, como si fuera poco, la posterior toma de poder del gobierno vietnamita. Incluso hoy, Meng nos cuenta que su falsa democracia no les permite elegir a su propio Primer Ministro, quien ocupa ese cargo desde hace ya más de 30 años.


Cuando Meng terminó su relato, los 3 turistas de la India se alejaron y su tono cambió. En confianza, Meng nos contó más sobre su situación actual, la perspectiva de su generación y el deseo de un futuro mejor. Camboya se reconstruye de las ruinas, está renaciendo y su positivismo se ve en cada una de las sonrisas de sus retratos. Si, la gente sonríe y me sonríe, a mí cuando nos miramos. Pero no es cualquier sonrisa, es auténtica, por unos segundos nos conectamos y es un instante fugaz de pura fraternidad.


Meng nos cuenta sobre su familia. Sólo le quedan 3 familiares con vida, su abuela perdió a su marido mientras escapaba de los jemeres rojos y mientras lo cuenta, se le llenan los ojos de lágrimas. Dice que está enojado, todavía es muy reciente, pero Meng ve la historia de frente. La acepta y habla de ella todos los días, la verbaliza, existió. Nos cuenta que es uno de los pocos que lo hace, porque allí no se puede hablar de ello, y baja la mirada.


Meng ya nos habla como amigos, hacemos chistes y nos reímos. Admiro su valor y sus ganas de compartir con el mundo su historia. Nos cuenta que no fue a la universidad, que todo lo que sabe lo aprendió de libros, del contacto con sobrevivientes y claro, de su abuela. Tiene la palabra de aquel que lo vivió, la guarda, la protege y como si se trasladara de generación en generación, Meng es quien está listo para sacarla a la luz, él tiene el poder de transformar ese dolor en palabra.


Le damos la mano y con la mirada le agradecemos. "Akon" (gracias) y nos alejamos. Pero antes le decimos que queremos verlo de nuevo y lo invitamos a comer con nosotros otro día. No lo puede creer, "Es la primera vez que me pasa", dice.

La magia del Angkor Wat

Al día siguiente de visitar el Museo de la guerra, decidimos conocer el Angkor Wat. Era, sin dudas, la gran motivación que teníamos por visitar Siem Reap.


El Angkor Wat es la mayor estructura religiosa jamás construida y fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1992. Es uno de los tesoros arqueológicos más importantes del mundo y funcionaba como el centro político y religioso del antiguo Imperio Jemer entre los siglos IX y XV.


Antes de llegar a los templos debes comprar tu ticket en una oficina que está bastante lejos del templo, por eso recomendamos hacer la visita en Tuk Tuk para poder hacer el recorrido en el mismo medio de transporte. La entrada cuesta 37 dólares por el pase de un día y tenés que respetar los códigos de vestimenta para visitar el templo (cubrir piernas y hombros).


El complejo es enorme (más de 200 km²) y difícil de recorrerlo por completo en un solo día. Por eso, decidimos comenzar por recorrer el templo principal, Angkor Wat, Angkor Thom y Ta Prohm.


El templo Angkor Wat es el que está en mejor estado de conservación, justamente por estar rodeado por un lago, lo cual evitó que la vegetación se apoderara del templo. Este templo está dedicado al dios Vishnú y funcionaba como templo funerario para el rey. Cada uno de sus bloques presenta una figura o diseño diferente, relatan la victoria de los dioses, entre otras historias.


Lamentamos escuchar que muchas de las construcciones fueron destruidas por los jemeres rojos. Sin embargo, por "respeto" no se acercaron al templo mayor, el Angkor Wat, y es por ello que es el que está en mejor estado de conservación.


Cerca de cada uno de los templos hay pequeñas comunidades que viven allí y ofrecen puestos de comida para los turistas. Uno de ellos nos acompañó en tuk tuk a visitar el siguiente templo, que se encontraba a más de 7 kilómetros de allí! Angkor Thom es el popular templo con rostros de piedra, realmente impresionante. En la entrada, los monos nos dieron la bienvenida como si estuvieran recibiéndonos en su hogar.



Al final del día, visitamos el famoso templo Ta Prohm, popular por sus llamativas raíces de árboles modelando las ruinas. Es increíble ver cómo naturaleza y templo se mimetizaron, convirtiéndose en una. Este fue, sin dudas, uno de mis templos favoritos.


Si tenés la posibilidad de elegir cuándo visitar Siem Reap, te recomendamos que lo hagas en el mes de septiembre. Si bien es la época de monzones, tuvimos pocos días de lluvia y hace muchísimo menos calor que en temporada alta. Pero lo mejor de todo es que pudimos disfrutar de los templos sin la sofocante multitud de turistas.

Una gran familia


Tuvimos la suerte de que el destino nos llevó a hospedarnos en Jaya House River Park. Esta joya escondida ubicada sobre el río Siem Reap es un verdadero paraíso para los amantes de la naturaleza y del cuidado del medio ambiente.


Este hotel se enorgullece por apoyar 100% la comunidad local: todos los miembros de esta familia son locales y reciben el apoyo del hotel para que inicien estudios en idiomas y puedan crecer laboralmente. Tuvimos la suerte de estar en este hotel durante 4 días y nos llevamos encuentros mágicos e historias difíciles de olvidar.


Con una sonrisa nos hicieron sentir parte de su familia y compartieron sus historias con nosotros. Desde su mismísimo creador, Christian, originario de Holanda, quien nos inspiró con cada una de sus palabras sobre el inicio de su proyecto. Su pasión por Camboya y su cuidado por cada miembro del staff lo convierten en un ejemplo de liderazgo y éxito humanitario.

Christian apoya la comunidad local y varias organizaciones de ayuda humanitaria y ecológica. Una de ellas, Rehash Trash, se encarga de transformar bolsas de plástico en bellísimos diseños y productos para el hogar. Con gran esfuerzo, las mujeres de esta ONG trabajan para ayudar a otras mujeres que fueron víctimas de abuso y les ofrecen un espacio de trabajo digno.


Jaya House también apoya el "Cambodian Landmine Museum" y otras ONG's como "The Music Art School" o "Small Art School", cuyas bellísimas obras se exponen en las habitaciones y en la recepción del hotel.

Por otro lado, para proteger el medio ambiente este hotel inició la campaña "Refill not Landfill", la cual ofrece botellas de aluminio para todos sus huéspedes. Aquí no encontrarás botellas de plástico de ningún tipo. Con este importantísimo proyecto, el hotel se ahorrará 175,200,000 botellas de plástico en los próximos 4 años.


Más allá de su impresionante labor humanitario, este hotel se destaca por su excelente servicio. Transporte gratuito, masajes diarios complementarios, un desayuno exquisito, bar con terraza y vista al río, dos piscinas y en todo momento, la mejor atención. Te ofrecen hasta un celular local para que estés en contacto ante cualquier necesidad. Pero más allá de todas las cualidades que pueda enumerar sobre este hotel, no puedo dejar de destacar que el valor más grande de este hotel es la familia que formaron.


El primer día que llegamos nos invitaron a compartir un partido de futbol con ellos, claro, fuera de su horario de trabajo. La generosidad con la que compartieron sus historias con nosotros, y siempre con una sonrisa, iluminó nuestra visita. Y en especial, nos llenó de fuerza y vitalidad escuchar sus tonos de positivismo sobre un futuro más esperanzador. Deepoo compartió con nosotros su gran creación, el "Deepoo Coffee", una delicia que no podés dejar de probar si visitas Camboya. Sueña con un día abrir su propio local de café y poder vivir de su pasión.


La última tarde viajamos con May a la cima de una montaña para ver el atardecer desde allí. Pero antes, visitamos un antiguo templo budista que se encuentra en lo alto de la sierra, junto a unos templos de 2000 años de antigüedad. Llevamos con nosotros algunas flores de loto como ofrenda para el monje, quien nos recibió en su templo. Nos arrodillamos frente a él y recibimos su bendición. Al final, ató una cinta roja en nuestras muñecas, que funcionan como amuletos de buena suerte y escudos de protección contra las malas vibras.

Nos despedimos de cada uno de los miembros de esta gran familia con un abrazo. Fueron 5 días intensos, movilizadores, en los que pudimos conocer más a fondo sobre esta cultura llena de magia e historia. Nos llevamos con nosotros un poco de cada uno de ellos: la sonrisa de Moon (o Lunita para nosotros), los paseos en tuk tuk y las charlas entre cervezas con Sam, el atardecer compartido con May, la profunda mirada de Meng, la humildad de Deepoo, las sorpresas de Jess y claro, la generosidad de Mr Koy.


Nos alejamos felices de haber formado parte de la familia de Camboya, al menos por unos días. Y con la certeza de que tenemos un nuevo hogar al cual regresar, quizás algún día no muy lejano.


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